Una vida social activa reduce el riesgo de muerte en las personas mayores con discapacidad crónica
Realizar actividades diarias mejora la evolución de los pacientes con discapacidad permanente en la vejez, pero los factores socioeconómicos sólo influyen de manera marginal
Un estudio demográfico liderado por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) muestra que desarrollar una vida social activa mejora la calidad de vida de las personas mayores con discapacidad crónica, y observa que los ingresos familiares o el nivel educativo sólo afectan al riesgo de muerte de manera marginal.
El trabajo, publicado en la revista PLOS ONE, propone clasificar en diferentes grupos las trayectorias de salud de las personas mayores con discapacidad permanente. “Esta premisa permite superar la complejidad de combinar trayectorias individuales, lo que tradicionalmente ha impedido tanto realizar generalizaciones para toda la población como mejorar el conocimiento del impacto de los factores socioeconómicos tras el inicio de la discapacidad”, según explica Diego Ramiro, director del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD-CSIC) y coordinador del estudio. Este trabajo supone la introducción de un nuevo enfoque que permitirá mejorar el conocimiento sobre la atención al paciente y las políticas públicas.
Las conclusiones del estudio podrían indicar que, como explica Antonio Abellán, investigador del IEGD-CSIC y co-autor del estudio, “la universalización de la sanidad y la mejora en los cuidados a los dependientes tienen un efecto muy positivo en la población, en especial entre los más desfavorecidos. Este hallazgo es relevante para la investigación de las desigualdades en salud. Se precisan más estudios para confirmar estos hallazgos y la importancia del contexto socioeconómico en la evolución de la discapacidad y la supervivencia”.
“Las diferencias socioeconómicas entre grupos de población, en general, juegan un papel muy importante en la salud y riesgo de muerte. Es una afirmación ya estudiada que, a menor estatus socioeconómico, mayor riesgo de muerte. Pero nosotros señalamos que la aparición de la discapacidad en la vejez iguala más a los individuos tras su aparición, independientemente de las condiciones socioeconómicas previas”, indica Ramiro.
Mathias Voigt, demógrafo del IEGD-CSIC y co-autor del estudio, explica que “las personas que inician su trayectoria de discapacidad severa a edades superiores tienen menos posibilidad de adaptarse a esa situación, es decir, su capacidad de resiliencia es menor. Por tanto, las personas encuadradas en esa trayectoria “severa tardía” requerirán especial atención si se quiere reducir su empeoramiento de salud y riesgo de muerte”.
La investigación toma como punto de partida la información sobre el inicio y la gravedad de la discapacidad crónica para tipificar las trayectorias de salud de un grupo de personas mayores en España. Una vez identificados los pacientes afectados, la segunda fase del estudio analiza los elementos que influyen en el riesgo de muerte durante los cinco años siguientes a una evaluación inicial de su estado de salud.
Tres grupos con tres trayectorias de salud distintas
En la primera fase, la investigación determina la existencia de tres grupos de población, tanto para hombres como para mujeres. Por un lado, un primer grupo que experimentó un inicio “leve” de la discapacidad y permaneció sin grandes cambios durante el resto del tiempo de seguimiento. Por otro lado, tanto el segundo como el tercer grupo se caracterizan por haber experimentado un inicio grave de la discapacidad y, a menudo, una serie de nuevas dolencias en los años posteriores. La diferencia entre ambos se encuentra en la edad de inicio, lo que permite distinguir el segundo grupo denominado “severo temprano”, que experimenta el comienzo de la discapacidad a los 60 años, del tercero designado como “severo tardío”, que comienza su incapacidad a mitad de los 70 años.
En la segunda fase, la investigación analiza los factores que influyen en la calidad de vida y el riesgo de muerte. Los tres muestran que la capacidad de realizar actividades cotidianas, como dar un paseo o visitar a sus familiares, proporcionan efectos muy positivos en su esperanza de vida. Pero hay diferencias: mientras que los ingresos familiares y el nivel educativo tienen un pequeño efecto en el primer grupo, las disparidades sociales sólo afectan de manera marginal al riesgo de muerte en el segundo y el tercero, donde el inicio de la incapacidad crónica se experimenta en la vejez. Estos resultados muestran diferencias al compararlos con individuos sin discapacidad, entre los que se observan grandes diferencias sociales ante el riego de muerte en los cinco años que duró su seguimiento.